Articulo en Revista Namaste, por Javier Gonzalez Martin

El fin del mito masculino

Por F. Javier Gonzalez Martin
Artículo publicado en el número de octubre 2007 de la Revista Namaste, Mallorca

De las ocho Metas de Desarrollo del Milenio con las que se pretende dar respuesta a los principales desafíos del planeta para 2015, la mayoría están directa o indirectamente relacionadas con el avance de las mujeres. Las otras, a mi entender, se resolverán de manera automática cuando estén zanjadas las que afectan a la mujer. Desde la Cumbre del Milenio del año 2000, cuando se puso en marcha este plan, han pasado siete años y aunque se han hecho algunos avances significativos, la mayor parte de la humanidad continúa debatiéndose al borde de la supervivencia. Al examinar el panorama que ofrece el sistema social global a comienzos de este siglo, aún resulta imposible encontrar un solo ejemplo de sociedad en la que el hombre y la mujer convivan en un marco de igualdad. Lo habitual es dar con muestras de opresión y subyugación de la mujer como consecuencia del mito masculino que se mantiene y que se resiste a batirse en retirada. Lo que ponen de relieve las llamadas “metas del milenio” es que la raíz de la mayoría de nuestros problemas globales es la desigualdad que padecen las mujeres.

Todos conocemos los problemas que afligen a la mujer en particular como consecuencia de un machismo patriarcal trasnochado, pero necesitamos proponer revisiones y cambios, que a mi entender son: permitir la intervención de la mujer al 50 por ciento en todos los asuntos. En segundo lugar, es necesario cambiar el modelo masculino de enfrentamiento que impregna todas las actividades políticas y sociales, y finalmente, es inaplazable poner en marcha un nuevo sistema educativo que asegure en todos los países el acceso de las niñas a la educación. De los cambios que están en nuestra mano depende mucho que estos procesos sean inmediatos o bien tengamos que seguir muchas décadas padeciendo el actual modelo androcéntrico que perdura desde hace más de veinte siglos. De lo contrario seguiremos intentando avanzar “con el freno de mano puesto”, sometidos al lastre de dos concepciones insoportables: Haber mantenido a la mujer fuera de los círculos de decisión, desde el hogar hasta el gobierno, y el mito de que todo debe funcionar por el método del enfrentamiento de adversarios.

Parece evidente que la impronta femenina va a impregnar el siglo XXI. Se empieza a perfilar con claridad el protagonismo de las mujeres en la sociedad, algo que los varones les hemos negado durante demasiados siglos. Entramos en una nueva época en que la inserción de las mujeres será cada vez mayor, y no sólo en los países desarrollados. En consecuencia, los valores de uno y otro sexo encontrarán un equilibrio y una armonía que ha de beneficiar al conjunto de la humanidad. En algunos lugares ya ha empezado este proceso, habida cuenta de que las barreras que hasta ahora han conseguido relegar a más del 50 por ciento de la humanidad no resistirán más tiempo el envite arrollador de 3.000 millones de mujeres dispuestas a reivindicar su papel en la historia. Claro que no todas ellas son siquiera conscientes de su desventurada situación, cuanto menos de su potencial creativo y modelador, pero para eso tenemos a nuestro alcance la globalización de la comunicación, que va a permitir que en pocos años, todas las mujeres perciban con claridad, el engaño y la opresión que padecen y puedan, con ayuda del hombre o sin ella, salir adelante y ocupar el lugar que les pertenece.

A lo largo de la historia, la experiencia aparentemente había “mostrado” a las mujeres como inferiores a los hombres. Esta fantasía, convenientemente convertida en realidad, es la caricatura a la que hemos rendido culto mediante la opresión y la manipulación ejercidas durante siglos. Pero esta percepción dominante se bate ahora en retirada, bien es cierto que en unos lugares con más intensidad que en otros. Si miramos al planeta en su conjunto, son más bien mayoría los países y culturas donde la mujer continúa oprimida y subyugada en diversos grados.

Tras haber atravesado fases de evolución social que van desde el clan a la tribu, pasando por la ciudad-estado, los imperios y la construcción de los Estados-naciones, el próximo paso inevitable para la humanidad no es otro que la creación de una civilización caracterizada por un nuevo concepto de ciudadanía mundial en la que el hombre y la mujer sean protagonistas al 50 por ciento, de todas las oportunidades, derechos y obligaciones. “Nada hay más potente que una idea a la que le ha llegado su hora” afirmó Víctor Hugo, y es evidente que la idea y la necesidad de que la mujer asuma su auténtico papel es perentoria. Además, si como se ha dicho “somos lo que pensamos”, es decir, que nuestros pensamientos modelan nuestro ser, es innegable que lograr la igualdad de género, equiparar las responsabilidades y los sueldos, disfrutar de los mismos derechos y oportunidades, significa que previamente hagamos cambios importantes en nuestra manera de pensar y revisemos nuestro catálogo de creencias sobre lo que es un hombre y una mujer a la luz de las más recientes investigaciones científicas.

Necesitamos re-pensar nuestras vidas, des-aprender ciertas creencias y modificar hábitos incoherentes para dar paso a un nuevo modelo de sociedad sin injustas diferencias de oportunidades según el sexo, un nuevo paradigma en el que los roles, responsabilidades y derechos de los varones sean complementarios a los de las mujeres. Un paradigma o modelo de comportamiento es un conjunto de valores, actitudes y hábitos que informan y dirigen los actos de los seres humanos; a su vez los valores y hábitos están cimentados sobre las creencias conscientes e inconscientes que residen en nuestra mente. Por tanto, el primer paso para construir un nuevo paradigma en el que la mujer llegue a estar totalmente integrada, igualada en derechos y oportunidades, empieza por examinar nuestras creencias y nuestras actitudes, porque nuestro patrón mental actúa como filtro a través del cual interpretamos lo que vemos y experimentamos. El fondo de la cuestión es que nosotros formamos nuestro paradigma y después nuestro paradigma nos forma a nosotros, o si se prefiere, nosotros formamos nuestros hábitos y a continuación los hábitos nos forman a nosotros.

Los cirujanos afirman que una persona a la que han amputado un brazo, tarda 21 días en dejar de sentirlo, es decir, continúa percibiendo que tiene el brazo ausente. Me pregunto si a escala mundial necesitaremos 21 siglos para dejar de sentir que el hombre es superior a la mujer, después de que Jesús afirmase con claridad que ambos son iguales ante Dios. El mundo de la cristiandad, dos mil años después, sigue oficialmente dando la espalda a esa verdad.

El hecho lamentable, es que convivimos con una pléyade de prejuicios y supersticiones, creencias absurdas, mitos sobre el hombre y dogmas en torno a la mujer, que no es justo ni inteligente mantener. La mayoría son de origen religioso, o desde ese trasfondo han surgido en ciertas tradiciones y costumbres hasta integrarse en el acervo cognitivo popular. Nuestra cultura en occidente, así como otras culturas, discrimina a la mujer amparándose en unos mitos de legitimación que se han consolidado no por su veracidad, sino por la fuerza de la repetición. Para muchas mentalidades, una mentira repetida un número suficiente de veces y pronunciada en distintos ámbitos se convierte en una verdad. Una de esas repeticiones malévolas, tendenciosas y manipuladoras es que la mujer es un ser peligroso, débil y poco razonador. Una errónea deducción antiguamente difundida y mantenida desde púlpitos y otras fuentes de información masculina, y hoy repetida en mil películas, novelas, refranes y chistes. Desde esa mentira convertida en aparente verdad por la fuerza de la repetición, se articula todo un surtido de advertencias de la llamada cultura popular contra la mujer. Estas supersticiones y prejuicios, una vez consolidados no se limitan a modelar la vida privada, sino que se trasladan a los códigos civiles, a las comisarías, a los templos, a los juzgados, a las escuelas y a todo estamento u organismo público y privado.

Uno de los prejuicios que más ha afectado históricamente a la mujer ha sido el de la culpabilidad, precisamente por la degradación psicológica que ha generado en todo el mundo femenino de cultura cristiana. Una culpabilidad forjada a partir de las primeras frases del libro Génesis y que, en realidad, más tarde Jesús hizo todo lo posible por eliminar, al parecer con poco éxito, porque la iglesia oficial tuvo más en cuenta las palabras de san Pablo que las del propio Jesús sobre el tema de la mujer y su verdadera condición. Buena parte de los prejuicios, supersticiones y engaños generalizados en torno a la mujer guardan estrecha relación con la sexualidad y el diferente reparto de testosterona en los hombres y las mujeres. La inteligencia está repartida de forma equitativa, sea cerebro de hombre o de mujer, la testosterona no, y eso nos lleva a numerosas tensiones que conviene armonizar.

Por F. Javier Gonzalez Martin, autor de ’El fin del mito masculino’. Publicado en la Revista Namaste, Mallorca

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