La queja nos envejece

Guardado en: Artículos • Publicado el 15/08/2009 • 8 comentarios

Las autoridades sanitarias se empeñan en atemorizarnos con epidemias de gripes y contagios masivos sin advertir que existe otra pandemia mucho más peligrosa y contagiosa, que es el hábito de quejarnos de algo o de alguien.

Hay países como el Reino Unido en donde tienen impreso en la cultura popular la queja permanente por el mal tiempo. En España, paraíso climático para millones de visitantes de otros países, los españoles nos quejamos del calor en verano y del frio en invierno.

Nos quejamos de manera habitual del tráfico, de la inseguridad ciudadana, del desempleo, del gobierno de turno, de la política en general, de nuestra mala salud, de nuestra situación económica, de nuestro jefe, de nuestros padres y la lista podría continuar, porque incluso nos quejamos de Dios.

Contrariamente a lo que muchas personas piensan, la queja no nos sirve de válvula de escape, sino que aumenta nuestro malestar, puesto que al enfocar nuestra atención en lo que está mal, lo estamos agrandando. Al quejarnos, criticar o juzgar, emitimos pensamientos y por tanto energía negativa que se vuelve hacia nosotros como un bumerang, pero aumentada.

La actitud o el hábito de quejarnos nos debilita y favorece un envejecimiento prematuro y acelerado, nos hace vulnerables a la enfermedad y nos conduce al conflicto social, al pesimismo, el escepticismo y las carencias.

La situación actual de crisis económica generalizada es un campo bien abonado para justificar todo tipo de quejas, especialmente porque tenemos la costumbre de no admitir que nuestra situación personal, sea la que sea, es el resultado de nuestras decisiones personales y no de circunstancias ajenas o externas.

Una buena consigna es: Si algo no te gusta, cámbialo. Si no puedes cambiarlo, cambia tu actitud, pero no te quejes.

La alternativa a la queja es la gratitud. El agradecimiento como hábito cambia el funcionamieto de nuestro cerebro. Si buscamos y fijamos nuestra atención en las cosas por las que estar agradecidos, desarrollamos un nuevo poder personal que hace que aumente la lista de cosas por las que sentir gratitud.

La gratitud es una de las formas más sencillas y poderosas de transformar nuestra vida. Si nos sentimos realmente agradecidos nos convertimos en un imán que atrae gozo. En realidad sin agradecimiento no podemos cambiar nada. La vida cambia en la medida en que sentimos agradecimiento. Es imposible ser negativo, quejarse, criticar a los demás o culparles cuando te sientes agradecido. El miedo y la culpa nos contrae, nos envejece. La gratitud y el amor nos expande y frena el envejecimiento.

Si tenemos el hábito de quejarnos, conviene saber que los hábitos se pueden desaprender o convertir la costumbre de quejarnos en la costumbre de estar agradecidos. Los neurólogos y especialistas en el funcionamiento del cerebro afirman que necesitamos 21 días para crear un hábito, ya que ese es el tiempo que necesitan las neuronas para hacer nuevas conexiones (sinapsis) y dar paso a nuevos patrones de conducta. Por tanto, si somos capaces de estar 21 días sin expresar quejas habremos dado un paso importante para frenar el envejecimiento. Si además podemos mantener un periodo de 21 días mostrándonos agradecidos por lo que somos, lo que hacemos y lo que tenemos, estaremos dando a nuestras células motivos para seguir activas, en perfecto funcionamiento y sin ganas de ir “apagando el sistema” que es una de las formas en el cuerpo se programa para dejar de funcionar.

No debemos confundir la queja con una crítica constructiva y necesaria cuando alguien hace algo que es mejorable. Tampoco se trata de soportar innecesariamente conductas abusivas.

Como los hechos son siempre neutrales y nosotros los etiquetamos como positivos o negativos, se trata de mantener una vigilancia de los pensamientos y las palabras que pronunciamos. Toda actitud o decisión procede de una emoción previa y ésta, a su vez, tiene origen en un pensamiento. Así, lo que pensamos se manifiesta en nuestra vida.

Si cada vez que nos descubrimos quejándonos de algo, nos esforzamos por sustituirlo por un agradecimiento, estaremos “reseteando” nuestro programa cerebral. La plasticidad del cerebro permite esos cambios incluso en edades avanzadas. Eso puede cambiar nuestra vida y hacerla más larga y placentera, porque una vida sin quejas nos eleva el ánimo, aminora los dolores, mejora las relaciones, aumenta nuestra autoestima y somos mejor valorados por los demás.

De la misma manera que sabemos que una persona normal respira 25.920 veces al día, los estudios realizados sobre personas de nivel cultural y socioeconómico medio, demuestran que nos quejamos unas 20 veces por día. Eso significa que en 20 ocasiones damos paso al estrés, el enfado y la frustración.

Sin embargo, podemos recurrir a la plasticidad de la mente, que es la capacidad de modificar físicamente el cerebro por medio de los pensamientos que elegimos. Al igual que los músculos del cuerpo, el cerebro desarrolla y fortalece las neuronas que más utilizamos. A más pensamientos negativos, mayor actividad en el córtex derecho del cerebro y en consecuencia, mayor ansiedad, depresión, envidia y hostilidad hacia los demás. En otras palabras, más infelicidad autogenerada.

Por el contrario, quien acostumbra a pensar bien de los demás y ver el lado amable de la vida, ejercita el córtex izquierdo, elevando las emociones placenteras y la felicidad.

No se trata de decidir engañarnos y ver la vida color de rosa de un día para otro, sino de trabajar sistemáticamente en debilitar esos músculos de infelicidad que tanto hemos fortalecido creyéndonos víctimas del pasado, de los padres o del entorno, y paralelamente, comenzar a ejercitar los músculos mentales que nos hacen absoluta y directamente responsables de nuestra propia felicidad.

F. Javier González

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