Analfabetismo emocional

Analfabetismo emocional

Por F. Javier González

Analfabetismo emocional y su corrección en las escuelas e institutosMientras los políticos inician la organización del concurso de ofertas insólitas e insultos recíprocos, más conocido como campaña electoral, dando a los ciudadanos un claro ejemplo de cómo no se deben resolver los conflictos, nuestros niños y adolescentes se esfuerzan por salir adelante en un sistema educativo que ha colocado a nuestro país en uno de los primeros lugares del fracaso escolar.

Lo habitual suele ser culpar de ese fracaso a los propios estudiantes, como si ellos fueran los responsables de que el sistema educativo haya cambiado varias veces en los últimos 20 años.

Como viene repitiendo el conocido profesor y filósofo José Antonio Marina, “para educar a un niño se necesita a toda la tribu” y ese fracaso escolar es responsabilidad de todos, de los partidos políticos, del Ministerio de educación, de los profesores, de los padres y claro, también en parte de los propios estudiantes, pero en el fondo los estudiantes más que responsables son víctimas del sistema y de una sociedad cuya prioridad no es la educación.

...un sistema educativo que ha colocado a nuestro país en uno de los primeros lugares del fracaso escolar.

La sociedad que hemos construido tiende a convertirnos a todos en analfabetos emocionales y eso es mucho más palpable precisamente en las aulas, en los patios de recreo y en las inmediaciones de los institutos, porque “la tribu” que debería arropar al niño y al adolescente, está polarizada en dos partidos políticos siempre a la greña, un tejido familiar hecho jirones y un profesorado desmotivado que ha de bregar con currículos siempre cambiantes.

A este panorama ya bastante complicado se añade ahora la diversidad que aporta la inmigración. Una diversidad que enriquece nuestra sociedad y aporta nuevos matices culturales siempre positivos, pero que como primer efecto añade dificultades en las aulas a causa de los diferentes idiomas, niveles y estilos culturales.

Ante esa diversidad y al margen de quienes no quieren ver “mancillada” su pureza cultural, nos solemos sentir satisfechos con la tolerancia. Está claro, siempre es mejor la tolerancia que el prejuicio, pero tolerar, en el fondo significa que alguien superior concede tolerancia a alguien inferior. Nuestra aspiración ha de ser el respeto. La tolerancia deja paso a la incomprensión respetuosa, esta a su vez a la comprensión y finalmente podemos llegar al respeto basado en el conocimiento, en la comprensión y en la aceptación de una diversidad enriquecedora.

El prejuicio o la tolerancia y el respeto es algo que siempre hemos aprendido en casa por mimetismo del modelo que representan nuestros padres, al igual que muchas otras características y valores que conforman lo que hoy se llama la inteligencia emocional. Si nuestros adolescentes no han alcanzando un nivel intelectual equiparable a otros países de nuestro entorno y además muestran un analfabetismo emocional, que se refleja en un aumento del acoso o bullying, en no saber aplazar las recompensas, en desdeñar toda empatía y en el insulto y desprecio hacia lo diferente, está claro que es “la tribu” la que está fallando en esa educación.

...la escuela o el instituto se convierten en las instituciones en las que pueden corregirse las carencias emocionales y sociales de los niños.

Si permitimos que la familia se convierta en cualquier otra cosa y ya no va a ser el referente de seguridad para el niño y el adolescente, la escuela o el instituto se convierten en las instituciones en las que pueden corregirse las carencias emocionales y sociales de los niños. Ya que la ley no obliga a que el menor tenga un padre y una madre pero si obliga a la escolarización, la escuela se habrá de convertir en el último reducto socializador de los niños ante el fracaso de las familias desestructuradas. Un difícil reto que exige a los maestros una capacitación adicional en la educación emocional para, además de enseñar matemáticas, historia o geografía, enseñar la resolución de conflictos, encauzar la irritabilidad y la tendencia al desprecio, el insulto o el acoso a los más débiles, que en demasiadas ocasiones acaba en violencia primero en la escuela o el instituto y después en la calle y en su casa.

Este siglo XXI va a caracterizarse por dos giros importantes en el concepto educativo. El primero es la necesidad de la educación permanente a lo largo de la vida. El segundo es la inaplazable inclusión de la educación emocional en las escuelas, en cuyo afán habrán de involucrarse las madres y padres mano a mano con un profesorado que tendrá que llegar a ser más vocacional de lo que ahora es.

Quizá debamos hacer caso a la escritora Fátima Mernissi, quien afirma “Toda estrategia cultural de transformación de las mentalidades pasa por las mujeres, educadoras principales de las generaciones”.

En un país en que la mayoría de los políticos movilizan a la sociedad despertando el miedo y el odio, necesitamos más que nunca una educación emocional como escudo protector contra esos ataques subliminales a nuestra dignidad.

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